POR EDUARDO CONESA
En nuestro blog reciente sobre la política macroeconómica de Caputo-Milei hemos diagnosticado su seguro fracaso final si se mantiene el tipo de cambio bajo, pero no podemos decir el “cuando”.
Al respecto voy a dar un ejemplo que me concierne directamente. En 1992 publiqué un libro con Editorial Planeta de 400 páginas sobre la convertibilidad de Menem-Cavallo lanzada el 1 de abril de 1991. Lo titulé erróneamente 'LA CRISIS DEL ’93' y tendría que haberlo titulado 'LA CRISIS QUE SE VIENE', sin fecha. La fecha se demoró 8 años, pero la crisis fue mucho más devastadora y catastrófica que la que se hubiese producido en 1993. La crisis que ocurrió finalmente fue terrible, mucho peor de lo que el que esto escribe esperaba, y más tardíamente.
¿Por qué me equivoqué en la fecha? Por tres razones altamente improbables que ocurrieron en el interín, pero que la fueron postergando, a costa de hacerla mucho más fatal. La catástrofe aconteció finalmente en el segundo semestre del 2001.
La primera razón de la postergación de la fecha de la crisis fue así: en abril de 1991, apenas aprobada la Ley de Convertibilidad con el tipo de cambio muy bajo, el FMI se negó a convalidar un sistema de tipo de cambio bajo y fijo de convertibilidad, tipo patrón oro, pero no con oro, sino con el dólar como respaldo, precisamente porque el tipo de cambio peso-dólar era muy bajo.
Los sistemas de convertibilidad con tipo de cambio fijo tienen que tener el tipo de cambio muy alto, como lo tuvo la convertibilidad argentina del General Roca de 1899, donde por un peso oro se estableció una paridad de 2,27 pesos papel. No como en el decenio de 1890 en cuyo caso la paridad teórica era de solamente un peso oro igual a un peso papel. Durante ese decenio: desde 1890 hasta 1899, la Argentina, a pesar de las enormes inversiones en infraestructura y educación que se habían hecho en los 30 años anteriores, pasó por 10 años de estancamiento, recesión e intentos de baja de precios y salarios internos. Esto debido a la inflación de precios de más del 200% que causara el anterior sistema de emisión por los bancos garantidos creado por el mal presidente Miguel Juárez Celman entre 1887 y 1890. Entonces, desde 1890 hasta 1899, se mantenía un tipo de cambio fijo, de un peso oro igual a solamente un peso papel siendo teórico e inaplicable en la práctica porque no había oro.
Gracias a la devaluación de Roca del 127% con superávit fiscal y sin inflación subsiguiente, la Argentina llegó en 1914 a tener más oro en su Caja de Conversión que el mismísimo Banco de Inglaterra, que entonces dirigía las finanzas mundiales.
Volviendo al 1º de abril de 1991: tan equivocada era la paridad ley de 1 peso por 1 dólar que cuando se la anticipó un periodista del diario La Nación al funcionario delegado del FMI en la Argentina, este exclamó: “Esto sería como meterse en una jaula y tirar la llave afuera”. Sin embargo finalmente después de una fuerte presión del presidente Bush de los Estados Unidos, Michel Camdessus el “director gerente” francés del FMI, removió a su delegado en la Argentina.
La dificultad en ese momento consistía en que el valor ficticio finalmente establecido por ley de 1 a 1 no se podía cambiar: ya estaba presentado al Congreso para su discusión. Además, tampoco se podía subir la paridad porque el presidente Menem enfrentaba elecciones parlamentarias en septiembre y octubre de ese año. ¿Qué hizo entonces Menem? Llamó por teléfono al presidente George W. Bush, de Estados Unidos para pedirle que ordene al director gerente del FMI que convalide el uno a uno de la convertibilidad menemista mediante un estudio-informe distorsionado. Se difundiría a todos los Bancos de New York y del mundo, redactado esta vez por el nuevo delegado designado especialmente para la Argentina: un inglés del M16. El informe establecía que el uno a uno de la convertibilidad era el tipo de cambio correcto, y que por lo tanto la Argentina podía endeudarse ilimitadamente sin problemas con los bancos de New York. Y así ocurrió.
Bush padre tenía una actitud muy benevolente hacia la Argentina porque cuando fue vicepresidente de Reagan, visitó nuestro país el 10 de diciembre de 1983 (el día de la asunción del presidente Alfonsín), y lo primero que le pidió a Alfonsín, en la mismísima ceremonia de asunción, fue que Argentina abandonara su programa atómico iniciado por Perón más de 30 años antes. En efecto, con el tiempo, nuestros técnicos de la “Comisión Nacional de Energía Atómica” habían encontrado la manera de enriquecer el uranio y estaban en condiciones de fabricar bombas atómicas, al igual que el “Club de los Cinco Grandes” del mundo compuesto por Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Rusia y China. Alfonsín accedió inmediatamente al pedido de Bush, sin negociar condición alguna. A pesar de que el almirante Castro Madero y los doctores en Física de la CNEA ya habían negociado un acuerdo previo informal con un embajador especializado de Estados Unidos. Este consistía en la devolución de las Malvinas por parte de Gran Bretaña, o la condonación de la enorme deuda externa argentina que nos legara el ministro de Economía Dr. Martínez de Hoz de 1976-80 aconsejado por su asesor, el hoy nuevamente asesor informal admirado por el ministro Luis Caputo, Ricardo Arriazu. Esa enorme deuda había sido causada, a su vez, por el famoso “dólar barato” de la fracasada “tablita cambiaria” de aquel período.
En agradecimiento por la “generosidad” de Alfonsín, el presidente Reagan de Estados Unidos le organizó una fastuosa cena de honor en la Casa Blanca el 19 de abril de 1985. El que esto escribe fue invitado, debido a su desempeño en el “Center for International Affairs” de la Universidad de Harvard. Se trataba de agradecer el abandono de una posible negociación exitosa (con la devolución de las Malvinas y sobre la remisión de la deuda externa argentina de Martínez de Hoz y Arriazu) por medio de una rara, hermosa y fastuosa cena de gala. Con música, baile y orquesta ofrecida por un presidente estadounidense “conservador y liberal”, a un presidente argentino, simpatizante de la “izquierda internacional socialista”.
Bush padre, en cambio, cuando luego fue presidente de los Estados Unidos, no fue tan “generoso” con Menem como lo fue Alfonsín con él en 1983 siendo vicepresidente de Reagan. Por el contrario le pidió a Menem en 1991, como contrapartida por presionar a Camdessus del FMI para que dé la luz verde al tipo de cambio bajo de la convertibilidad, que la Argentina suspenda la construcción del “Misil Cóndor” que la Fuerza Aérea argentina fabricaba en las sierras de Córdoba. Y que además entregase los planos y los materiales a los Estados Unidos en su base naval de Rota, España.
La segunda razón que postergó el estallido de la convertibilidad: en noviembre de 1992 había elecciones presidenciales en los Estados Unidos. El presidente incumbente, el muy competente George W. Bush padre parecía imbatible. Sin embargo el jefe de la Reserva Federal, Alan Greenspan, se equivocó al no aumentar fuertemente la oferta monetaria a tiempo antes de las elecciones. Esto hubiera bajado las tasas de interés para mostrar una economía en plena expansión, precisamente antes de las elecciones. Lo hizo tardíamente y, al tiempo electoral: el primer martes de noviembre de 1992, la economía estadounidense estaba todavía en una semi-recesión.
Esta semi-recesión permitió a su contrincante, el demócrata William Jefferson Clinton acuñar su famosa frase triunfadora: “It is the economy, stupid” al ganarle las elecciones al aparentemente imbatible George Bush padre que iba por su reelección. ¿Qué hizo Clinton entonces? Bajó las tasas de interés, esta vez con un fuerte superávit fiscal, y no con la política monetaria expansiva. Esta fuerte baja de tasas en EEUU, salvó a la convertibilidad de Menem-Cavallo, porque permitió a la Argentina seguir endeudándose, y así evitar la inevitable crisis de balanza de pagos argentina que estaba a punto de estallar en 1992 o 1993.
Un tercer hecho importante del escenario internacional postergó el estallido de la de la Convertibilidad: las astutas autoridades mexicanas habían sellado un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos cuando ostentaban un tipo de cambio fluctuante muy bajo de alrededor de 3,46 pesos mexicanos por dólar. Con ese tipo de cambio la industria mexicana no era competitiva con la de Estados Unidos. Por lo tanto ni las empresas automovilísticas de Detroit, ni los gremios obreros estadounidenses opusieron resistencia al Tratado del NAFTA, la “North American Free Trade Association” con México y Canadá.
Sin embargo en 1995 el astuto nuevo presidente mexicano Ernesto Zedillo, economista Ph.D. de la Universidad de Yale con gran nivel académico, devaluó el peso mexicano en más de un 100%. De 3,46 a 7,20 pesos por dólar. A partir de ese momento, y a pesar de haber algo de inflación en México, las industrias automovilísticas de Detroit y otras comenzaron a mudarse al país Azteca. Este se convirtió así en una potencia industrial mediana, con un gran desarrollo, después de haber sido un país paupérrimo.
La devaluación mexicana de Zedillo de diciembre de 1995 hizo temblar a la Convertibilidad argentina de tipo de cambio sobrevaluado de 1 a 1, porque se pensó en ámbitos internacionales que la Argentina podría hacer lo mismo. Sin embargo ocurrió lo inesperado: Menem-Cavallo fueron salvados por el “Plan Real” de Fernando Henrique Cardozo, del Brasil quien implantó también una convertibilidad con tipo de cambio muy bajo: de un dólar por un “real” con fecha 1 de julio de 1994. Esto le otorgó a la convertibilidad argentina una competitividad transitoria y falsa ante Brasil, desde esa fecha hasta enero de 1999, año en que Brasil devaluó a 2 reales por dólar. Es decir en un 100%, porque de lo contrario, su economía estallaba.
A partir de la devaluación del real brasileño, la economía argentina empezó a temblar. Quedó en clara evidencia el grave error de la Convertibilidad argentina debida al tipo de cambio recontra-sobrevaluado del 1 a 1 por 9 años.
Menem, ya advertido de la ruina que vendría por su propia política macroeconómica de tipo cambio bajo, renunció a su previo y explícito intento de una “tercera presidencia consecutiva”, intentada por vía de una acción judicial ante el juez federal de Córdoba, Bustos Fierro y una Corte Suprema adicta. En consecuencia, ayudó a que el ingenuo Dr. Fernando de la Rúa del partido opositor la UCR, ganara la Presidencia en 1999.
El Dr. De la Rúa, un distinguido abogado especialista en derecho procesal, no era un “conocedor macroeconómico” y fue muy mal asesorado de buena fe por 5 ministros economistas. Trató de sostener su palabra de mantener el cambio ultra-sobrevaluado del uno a uno de la convertibilidad de 1991. No advirtió que, gracias a esa convertibilidad, la deuda externa se había quintuplicado. Había pasado de 30 mil millones de dólares en 1991 a 150 mil millones de dólares. La Argentina, además, se vio compelida a vender su mayor joya, YPF, al reino de España por 25 mil millones de dólares en una operación harto sospechada de corrupción.
Para finalizar con esta historia queremos recordar una vez más a los argentinos que, por culpa de las sobrevaluaciones cambiarias que experimentamos varias veces en la Argentina en los últimos 75 años, por lo del “dólar barato”, se han fugado cuatrocientos mil millones de dólares de nuestro país. Los argentinos no son tontos y compran lo que está muy barato: el dólar y lo fugan. Los irresponsables son los gobiernos que propician el mismo dólar barato. El de Milei-Caputo es uno de ellos. Si no hubiésemos tenido fugas de capitales por el dólar barato, tendríamos el mismo nivel de vida que los habitantes del Canadá, 5 veces superior al que experimentamos ahora y que dejaríamos a nuestros hijos.
Ver al respecto el siguiente gráfico tomado de Orlando Ferreres y asociados:
PBI PER CÁPITA HIPOTÉTICO DE LA ARGENTINA SINO HUBIESE TENIDO FUGA DE CAPITALES
De este gráfico resulta que “Si la argentina no hubiese tenido fuga de capitales hubiese tenido un PBI per cápita igual al canadiense”
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