La Dolarización y sus Problemas

Vivimos un momento de nuestra historia donde la incertidumbre del acontecer económico lleva a la ciudadanía a comprar dólares para defender su patrimonio.

La fuga de capitales tiene tres causas: 

La primera de ellas es la inflación. Ante la realidad de la pérdida del valor de nuestro peso, el público, para evitar perder poder adquisitivo de sus tenencias de pesos, compra dólares. 

La segunda causa de la compra de dólares es la recesión y caída de la actividad económica que frecuentemente atraviesa nuestro país. En estas circunstancias no hay negocios ni empresas rentables que acometer y, por lo tanto, lo mejor para cada ciudadano individual es proteger su patrimonio comprando dólares. En términos gauchescos, desensillar hasta que aclare. 

La tercera causa de la compra de dólares es la certeza de que el valor del dólar está atrasado y tendrá que subir: habrá una devaluación del tipo de cambio y conviene a todo el mundo adelantarse a la devaluación que se viene.

Los sucesivos fracasos en la lucha contra la inflación en los últimos setenta años han llevado a muchos comentaristas de economía a proponer la adopción del dólar estadounidense como moneda para nuestro país. Se argumenta que desde 1945 hasta el presente tuvimos que quitarle catorce ceros a nuestra moneda. Que hubo años como los de 1989, 1990 y 2023, durante las presidencias de Alfonsín, Menem y Alberto Fernández, en que la inflación llegó al 4982%, al 1344% y al 200% anual, respectivamente.


Los ejemplos históricos de países que dolarizaron, distintos de los Estados Unidos


Existen países como Panamá, Ecuador y Liberia y algunas insignificantes islas del océano Pacífico que adoptaron el dólar estadounidense como moneda. 

Su desempeño no ha sido convincente, excepto en el caso de Panamá, donde hay fuertes contingentes de tropas estadounidenses custodiando el estratégico canal, y esas tropas reciben sus sueldos en dólares.

Ecuador, por su parte, es un país tropical originariamente productor de bananas. Luego adoptó la moneda dólar al surgir el petróleo como su nuevo y principal producto de exportación, el que cotizaba a altos precios. Ello creó una abundancia transitoria de dólares, pero luego su performance en materia de crecimiento ha sido rayana en el desastre, y por otra parte sufre la inflación del dólar, que no es menor y ha sido del 20% entre 2019 y 2023, con la consiguiente creciente sobrevaluación cambiaria. Un factor favorable a muy largo plazo consiste en que ha efectuado reformas interesantes y meritocráticas en su sistema educativo.

Y por último está Liberia, país que tuvo su origen en el envío de esclavos liberados que venían de los Estados Unidos enviados por el presidente James Monroe en 1823. Estos esclavos liberados se erigieron en clase dominante de los africanos locales, a los que esclavizaron e impusieron como moneda el dólar estadounidense. Pero Liberia no progresó. Por el contrario, ha sido un país extremadamente pobre, plagado de guerras civiles y endeudamiento externo en dólares. Su población no llega a cuatro millones de habitantes y no puede ser un modelo para nuestro país, a pesar de tener el dólar como moneda. 

En una palabra, está a la vista que los ejemplos de países dolarizados no son válidos ni edificantes para el nuestro. La Argentina tiene pretensiones y antecedentes de sobra para llegar a ser un gran país, como una vez lo fue, en la primera mitad del siglo XX. Algunos eminentes observadores extranjeros han hablado del “imperio que no fue”, refiriéndose a la Argentina de los últimos setenta años.


La escasez de dólares en el Banco Central


Un problema inicial que se presenta con la dolarización es que el Banco Central de la República Argentina tiene pocos dólares disponibles en la actualidad para cambiar por los pesos en circulación en nuestro país. En todo caso, el tipo de cambio tendría que superar los diez mil pesos por dólar y todavía habría muy pocos dólares en circulación, y, por lo tanto, las tasas de interés en dólares serían muy altas. Podría argumentarse que los argentinos tienen más de trescientos mil millones de dólares en los bancos de los Estados Unidos o en sus cajas fuertes. Sin embargo, no les convendría traer esos dólares y depositarlos en bancos locales, puesto que no habría en la Argentina un Banco Central emisor de dólares que respalde sus depósitos locales en dólares.

Está demostrado universalmente que, sin un Banco Central de emisión, las corridas bancarias están a la vuelta de la esquina del país que no lo tenga, pues los bancos comerciales nunca prestan su propio capital, sino el dinero de sus depositantes, y si estos quieren retirar repentinamente sus depósitos al unísono, no pueden hacerlo, pues esos dineros están prestados a terceros y, en consecuencia, los bancos, al no poder cumplir con sus depositantes, entran en quiebra, con el caos consiguiente que se repetirá una y otra vez, lo cual impedirá el crecimiento económico.

También se sugiere que el Estado argentino consiga prestados unos cincuenta mil millones de dólares de la banca privada internacional para que circulen como moneda en nuestro territorio, pero, dado que el “riesgo país” supera los 1900 basis points, esa alternativa parece de imposible materialización. En efecto, en la práctica, la Argentina tendría que pagar un interés, o señoreaje, a los bancos privados acreedores del 20% anual en dólares, dado el “alto riesgo país” existente, y ese interés sería imposible de pagar.

No en vano el gran economista Premio Nobel, Paul Samuelson, popularizó una frase célebre: “En la historia de la humanidad hubo tres grandes inventos, el fuego, la rueda y la banca central”.

Dada la insistencia de algunos economistas que en la Argentina proponen la dolarización como solución, debemos reiterar hasta el cansancio que los bancos no prestan el capital propio, sino el dinero de los depositantes, y si estos pidieran repentina y masivamente la devolución de su dinero en dólares, los bancos no podrían devolverlos, porque están prestados a terceros. Ello generaría una gran cantidad de quiebras bancarias y, además, quiebras frecuentes en todo el sistema de pagos de una economía dolarizada, salvo que existiera un Banco Central en el país capaz de emitir dólares.

El único Banco Central que está autorizado a emitir dólares es el de la Reserva Federal de los Estados Unidos, y ese banco no presta a otros bancos privados fuera del territorio de los Estados Unidos. Ya en la época de Allan Greenspan, presidente de la Reserva Federal por diecinueve años, desde 1987 hasta 2006, en los años 2000 y 2001, este banquero central, acompañado por el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Lawrence Summers, afirmaron categóricamente que ni el Banco de la Reserva Federal ni el Tesoro de los Estados Unidos estarán dispuestos jamás a que el Banco de la Reserva Federal o el Tesoro de los Estados Unidos actúen como banco de bancos ni tomen el papel de prestamistas de última instancia fuera del territorio de los Estados Unidos. 

De hecho, en la crisis bancaria argentina de 2001 y 2002, los primeros en negarse a devolver depósitos en dólares fueron los bancos extranjeros. En todo caso, ellos eran los primeros en pedir dólares al Banco Central de la República Argentina, que por su parte no los tenía, para poder devolver los depósitos en dólares de sus depositantes. Incluso hay casos de jurisprudencia de los tribunales de Nueva York en contra de depositantes de dólares en sucursales del Citibank en Manila, Filipinas, cuyos reclamos a la casa matriz en los Estados Unidos les fueron denegados. En definitiva, quien quiera tener sus dólares seguros, los debe depositar solamente en un banco comercial en el territorio de los mismos Estados Unidos.

Con motivo de la crisis de 1930, anteriormente hemos relatado la experiencia de los Estados Unidos en la cual cerraron nueve mil bancos porque no podían devolver los depósitos de sus clientes. Ocurría que, en aquellos tiempos, el Banco de la Reserva Federal de los Estados Unidos, si bien prestaba a los bancos del país, tenía limitaciones para la emisión de dinero porque regía el sistema del patrón oro, que impedía una emisión masiva de dólares, por ejemplo, triplicar la oferta monetaria. Precisamente para poder permitir que el Banco Central emitiera, el presidente Roosevelt en 1933 aumentó el precio del oro de 20,67 dólares la onza de oro a 35 dólares la onza y, además, declaró la obligación de todos los ciudadanos estadounidenses poseedores de oro en lingotes y monedas de oro privados de venderlos a la Reserva Federal para que esta pudiera emitir dólares y así superar la crisis monetaria, bancaria y económica de la época. Pero la emisión consiguiente no fue suficiente. Era necesario triplicar la oferta monetaria, como se hizo en la crisis de las hipotecas de 2007-2008. Ante la insuficiencia del programa emisor de Roosevelt de 1933, el mundo terminó abandonando el patrón oro en 1944 con la creación del Fondo Monetario Internacional. Es más, a partir del 15 de agosto de 1971, la Reserva Federal de los Estados Unidos ya no vende más oro a los demás Bancos Centrales de los países miembros del Fondo Monetario Internacional y se terminó todo vestigio de patrón oro.


La experiencia argentina anterior a 1935


Alguno podrá afirmar que, en la Argentina, el Banco Central se creó recién en 1935 y que antes el país creció espléndidamente sin él, lo cual es una verdad a medias, porque la Caja de Conversión, creada en 1891, compraba oro abundante y emitía pesos fuertemente con motivo del auge de nuestras exportaciones, provenientes a su vez de la vigencia de un tipo de cambio muy competitivo de 2,27 pesos papel por un peso oro, establecido en 1898. En 1914, la Caja de Conversión de la República Argentina tenía más oro que el Banco de Inglaterra, la primera potencia económica del mundo de la época, por sus colonias y su comercio. En 1929, la Caja de Conversión argentina tenía 800 toneladas de oro. Es decir que en nuestro país había una abundancia de pesos en circulación con respaldo oro y abundante crédito, en especial, del Banco de la Nación, el que, además de a los particulares, prestaba dinero a los demás bancos. El “combo del Banco de la Nación y la Caja de Conversión”, creados ambos en 1890 por ley del Congreso bajo la presidencia de Carlos Pellegrini, actuaba de consuno, como si fueran entre ambos un Banco Central propiamente dicho. Todo ello muy especialmente a partir de la ley 3871 de 1899, que devaluó fuertemente nuestro peso papel de un peso oro sellado igual a un peso papel a 2,27 pesos papel. Y, cuando hizo falta, con motivo de la crisis de 1930, siendo el notable economista Raúl Prebisch subsecretario de Hacienda del presidente de facto, general José Félix Uriburu, el Estado colocó un caudaloso empréstito de emergencia en la Caja de Conversión, autorizado por un decreto-ley, para poder aumentar la cantidad de moneda y salir de la terrible recesión de 1930, lo cual se hizo con bastante éxito, en comparación con la situación desastrosa de otros países de aquellos tiempos, como los Estados Unidos y Gran Bretaña.

En lugar de suprimir el Banco Central, lo que debe hacerse es derogar el art. 20 de su Carta Orgánica en cuanto autoriza a hacer adelantos transitorios al gobierno nacional, es decir, suprimir la facultad del gobierno de financiarse con emisión de moneda por la vía de esos adelantos transitorios, que en realidad son permanentes y convalidados anualmente en cada ley de presupuesto. Debe recordarse que el Banco de la Reserva Federal tiene prohibido prestar al gobierno de los Estados Unidos y que el Banco Central Europeo y los bancos “pseudocentrales” de los países europeos tampoco pueden prestar directamente a sus gobiernos. Lo que sí está permitido a todos los Bancos Centrales del mundo es comprar y vender títulos públicos previamente colocados y comprados por privados en el mercado local de capitales, en lo que se denomina “operaciones de mercado abierto”. Aunque cabe aclarar que con la crisis del coronavirus de 2020 todas las normas ultraconservadoras de banca central en todo el mundo se cayeron, por lo menos hasta que los países se recuperen de esta terrible pandemia.


El caso canadiense y el similar mexicano


Canadá es un país que ha liderado seriamente en el análisis del tema de la dolarización. En este país rige el dólar canadiense, una moneda distinta del dólar estadounidense. Canadá envía el 90% de sus exportaciones a los Estados Unidos e importa también el 90% del total de sus importaciones de los Estados Unidos. Cuando los Estados Unidos están en recesión, disminuyen sus compras a Canadá, el que también entra en recesión. Cuando los Estados Unidos están en expansión, las exportaciones canadienses a los Estados Unidos vuelan y la economía canadiense también entra en expansión. Luego, si los ciclos económicos de ambos países están totalmente sincronizados, ¿por qué no tener una moneda común y un Banco Central común? A fin de cuentas, la función de un Banco Central, aparte de ser banco de bancos, es bajar la tasa de interés cuando el país está en recesión para poder salir de ella, y subir la tasa de interés cuando el país está en expansión para evitar que la expansión se transforme en inflación. Y luego, si los ciclos económicos coinciden en ambos países, ¿por qué no tener una moneda común y hacer un tratado binacional con los Estados Unidos, por el cual este país permita el cambio de los dólares canadienses por dólares estadounidenses y ceda una de las sillas en el directorio del Banco de la Reserva Federal para el gobierno de Canadá? El punto fue analizado concluyentemente por el economista canadiense Robert Mundell, quien en 1960 publicó un celebrado artículo en la American Economic Review titulado “A Theory of Optimum Currency Areas” que le valió el otorgamiento del Premio Nobel de Economía. Mundell se opuso al uso del dólar estadounidense en la economía canadiense. Para él no se daba una segunda condición básica para que la moneda única fuera conveniente para Canadá. Los Estados Unidos prohíben la inmigración de los canadienses: supongamos que aparece un nuevo material que sustituye a la madera y es mejor y más barato que ella. Canadá tiene grandes bosques en el oeste del país y allí hay miles de aserraderos. La desocupación de trabajadores en la industria de la madera debido a la competencia del nuevo y superior material podría ser superada por la toma de personal por otras actividades en Canadá y los mismos Estados Unidos. Pero si los Estados Unidos, país que tiene un mercado de trabajo diez veces mayor que el canadiense, prohíben la inmigración de los trabajadores canadienses, Canadá se llenaría de desocupados locales que no podrían encontrar empleo en el enorme mercado de trabajo estadounidense. En tales circunstancias convendrá que el Banco Central propio de Canadá baje las tasas de interés, expanda la economía, devalúe el dólar canadiense y tal vez la industria de la madera recupere parte de su competitividad, y muchos de los trabajadores sobrantes podrán encontrar trabajo en la misma economía canadiense en plena expansión.

En definitiva, el trabajo científico de Mundell concluye que hay dos condiciones esenciales para que dos países tengan una moneda común: la simultaneidad del ciclo económico y la libertad de migraciones. Son las precondiciones esenciales básicas para la moneda común. Entre la Argentina y los Estados Unidos no se da ninguna de las dos condiciones. El ciclo económico suele marchar al revés: cuando los Estados Unidos están en expansión, la Argentina, en recesión, y viceversa. Las exportaciones de la Argentina a los Estados Unidos son mínimas en el total de sus exportaciones. Por supuesto, es bien sabido que los Estados Unidos no permiten la libre inmigración de argentinos. Por lo tanto, el uso de la moneda dólar estadounidense está totalmente desaconsejado por la teoría económica en el caso de la Argentina.


Una curiosidad: el caso de la Unión Europea


En la Unión Europea, el comercio recíproco entre los países de la Unión es alto, pero en el caso de los países del sur de Europa, como Portugal, Italia, Grecia y España (en inglés llamados PIGS), no llega a niveles suficientemente elevados como para asegurar la eficiencia de la moneda común. Además, los diferentes idiomas dificultan la fluidez de las migraciones. No obstante, con tal de contar con una buena moneda caracterizada por su baja inflación, tal como era el viejo marco alemán, los países PIGS entraron complacidos en el sistema de la moneda común del euro, creado a imagen y semejanza precisamente del marco alemán. Al comienzo, las tasas de interés, que en los PIGS solían superar a las tasas de inflación, bajaron del 15% anual al 4% anual, y ello provocó un gran auge en los préstamos hipotecarios y en la industria de la construcción del sur de Europa. Pero luego de algunos años, agotado ese impulso inicial, se registró una alta desocupación en los PIGS que no podía solucionarse fácilmente con emigración hacia Alemania y a los países del norte de Europa, porque, si bien había libertad de migraciones, estaba la barrera del idioma: pocos españoles saben el idioma alemán, por ejemplo. Por otra parte, la moneda común, el euro, impedía devaluar a los PIGS para ganar competitividad. La solución era bajar salarios, la llamada “devaluación interna”. Sin embargo, para ello se necesita provocar una alta desocupación para inducir a los trabajadores a aceptar salarios menores. Pero ese proceso es largo y doloroso. En resumen, la moneda común tiene algunos problemas, porque no se dieron plenamente las dos condiciones de Mundell: altísimo comercio recíproco, alta libertad migratoria y gran movilidad laboral internacional entre los países de la moneda común.


Los problemas constitucionales de la dolarización


La Constitución Nacional establece en el art. 75, inc. 6°, que corresponde al Congreso establecer y reglamentar un banco nacional con facultad de emitir moneda, y en el inc. 11, le confiere el deber de hacer sellar la moneda y fijar su valor y el de las extranjeras. Además, el inc. 19 obliga a proveer lo conducente a la estabilidad de la moneda. Es evidente que el Congreso argentino no puede tener facultades para lograr la estabilidad del dólar, moneda estadounidense. La adopción del dólar estadounidense como moneda implica ceder esas atribuciones al gobierno de los Estados Unidos, en violación de nuestra Carta Magna. En consecuencia, previo a la dolarización habría que reformar nuestra Constitución Nacional.

Pero esta reforma plantea cuestiones existenciales más profundas. Si los argentinos no fuéramos capaces de administrar nuestra propia moneda nacional, tampoco seríamos capaces de administrar funciones más difíciles, como nuestra educación, que está en completa decadencia, nuestro Poder Judicial, que evidentemente es lento y corrupto, nuestra salud pública, etcétera. Si ello fuera así, la lógica de los “dolarizadores” implicaría que deberíamos en todo caso pedir al Congreso de los Estados Unidos que nos admita como un Estado libre asociado, como es el caso de Puerto Rico, y entonces podríamos tener la moneda dólar.

O quizá, acaso, los que abogan por la dolarización también podrían considerar la “eurorización” y promover la derogación del Acta del 09 de julio de 1816 y pedirle al rey de España que nos mande nuevamente un virrey, porque seríamos incapaces de autogobernarnos. En tal situación, también tendríamos que unirnos de alguna manera a la Unión Europea. Tales son las implicancias constitucionales y lógicas de no tener una moneda nacional y usar una moneda extranjera. La moneda nacional es un símbolo de nuestra soberanía y de nuestro ser nacional. No podemos abdicar de ella sin aparecer como un país pequeño y ridículo. Ante los diversos imposibles mencionados, algunos han encontrado dos falsas salidas: una es la solución bimonetaria y, la otra, una nueva ley de convertibilidad remozada, pero proponemos la solución verdadera en el capítulo XXX de ‘ECONOMIA POLITICA ARGENTINA / Como revertir la Decadencia Argentina’, de mi autoría junto con Luis Rey y Gustavo Zunino, mediante un sistema de estabilización monetaria de inflación cero como la UF chilena, que en la Argentina podríamos denominar UCE, unidad de cuenta estable, o quizá “DA”, “dólar argentino”, para satisfacer al menos en apariencia a los dolarizadores que han aparecido en nuestro país, incluso al actual presidente, Javier Milei. Al menos la UCE o el DA tendrían inflación cero, mucho mejor que el dólar estadounidense, que en los últimos 4 años ha registrado una inflación del 20%.



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